“El encuentro con la propia voz (en el texto)” en Portafolios - Portafolio docente de Campus Virtual UMA

“El encuentro con la propia voz (en el texto)”



El día 12 de Febrero de 2014 tuve la suerte de asistir a un taller de escritura creativa, de la mano de Laura Duschatzky, invitada por Nieves Blanco, profesora de la Universidad de Málaga. Digo suerte, porque de nuevo sentí la magia que se despierta en mí, cuando me enamoro de la vida, y de la Educación. Fruto de este taller, y de este amor, comparto con vosotras y vosotros este escrito.


Lo complicado de lo sencillo es encontrar tu esencia.


A veces me despierto, aún dormido, y me acompaña esa sensación hasta que duermo, aún despierto.   

Y mientras tanto, camino sobre una delgada cuerda, que es la tensión, entre el querer y el deber, entre la vida y la muerte. Sé que mañana moriré, no en un mañana literal (espero), pero sí figurado.

Puedes pensar que soy muy joven para pensar esto, pero no lo puedo evitar, es más, no quiero. La vida es un instante efímero, fugaz, atemporal: veinte, treinta, sesenta años..., no son más que un instante, presente,  incomnensurable, que solo puede ser vivido, sentido y amado.

Consciente de que un día la cuerda se romperá, quiero aprender a caer, quiero volar.

Sobre la cuerda, miro a mi alrededor:, me envuelve un espacio insondable, sobrecogedor, sublime. Innumerables estrellas me susurran, esbozando con sus multiversos la poesía cósmica. ¡Que espectáculo tan hermoso, como me gustaría poder tocarlas sin quemarme!

El universo hace el amor mientras el sol aparece en el horizonte. Mi corazón palpita, mi pecho llora, tengo miedo, pero me acaricia ese calor tan delicioso.

Respiro hondo, me siento más agradecido y vivo que nunca.

Está bien, la vida apremia. Miro hacia abajo. A mis pies, un hermoso planeta. Senos oceánicos, vientres continentales... Es la madre tierra. Estoy nervioso, vibra un cosquilleo en mi estómago. Siento ganas, ilusión y esperanza. Estoy tan asustado como eufórico, es el momento. Voy a hacerlo, quiero saltar.  

 ¡¡¡¡Salto!!!!  

Al llegar, moriré, volveré a ser polvo de estrellas. Pero al menos, ahora vuelo, hacia lo profundo de mi existencia, hacia lo autentico.

Vuelo tan rápido, que rompo las leyes del universo y viajo junto a los rayos de luz... El tiempo se acelera, mi pasado comienza a alejarse, tanto tanto..., que me pierdo. Abro mi mochila, en busca de un paracaídas, y mis recuerdos quedan atrás. Y quedo yo, casi sin identidad. Solo conservo mi personalidad, mis emociones. Me busco y me busco, pero no me encuentro.

De nuevo, busco en mi mochila. Nada que me identifique, solo un papel lleno de garabatos y un lápiz sin punta.

Solo me queda narrarme, romper las barreras entre la ficción y la realidad, el sueño y la vigilia, lo imaginado y lo posible.

Busco desesperadamente una goma y un sacapuntas, pero no tengo. A medida que caigo, y me acerco a la vida, van ardiendo todas mis ropas, mi mochila, el paracaídas. No encuentro, no encuentro... Solo, mi cuerpo desnudo.

Desesperado, desesperado de querer escribir y no poder, de sentir la pulsión de crear y encontrar barreras... Lanzo un grito desgarrador,  y de manera instintiva, seco las lágrimas con la hoja, y descubro, que aunque no esté en blanco, me quedan los márgenes para escribir. Así que, como animal que soy, afilo el lápiz con mis dientes, a bocados. Y tosca pero firmemente, con suavidad, comienzo a pincelar trazos, mientras me digo a mí mismo, tranquilo, que la vida es eso, disfruta el regalo.

Imposible, malo, la vida es dura, no hay alternativa. Corre, corre, tienes muchas cosas que hacer. No hay tiempo para ver atardeceres, ni para saborear esa comida.

¡Oh no, quien habla no soy yo!.

¿Pero, ¿por qué? Intento articular fonemas con mi boca, pero no salen. Cuando salté, perdí mi identidad, y con ella, la voz. Y lloro, desesperadamente, como un bebé que se siente desprotegido, que abre los ojos sin saber quién es, hacia donde va.

Mi sabia y anciana alma me consuela, me besa, me acaricia. Me tranquiliza, diciendo que esa no era mi voz, y que la identidad, era una máscara carente de rostro.

Perder algo, aunque no sea propio, duele un poco. Duele porque es tiempo, porque son emociones, recuerdos, aprendizajes, aunque en parte nos cubran.

Pero más doloroso es, que no duela mucho, porque significa que lo que se perdió no es nuestro, que no estábamos ahí. Algo así como comer y no saborear, como saberse afortunado y no sentirlo, como hacer el amor y no fundirse con el placer y el amor mismo.

Dice un proverbio chino, que si duele, es porque cura. Cura saberse perdido, alienado, ausente; cura quererse libre, sentirse pájaro enjaulado...

Pero lo que más cura, lo que más cura es forjar la presencia, encontrarse con el mundo, y a través de ese encuentro, descubrirse a uno mismo.



Y eso es para mí, el encuentro con mi propia voz.



Amasando las ideas



El relato que he escrito a modo de preámbulo, de alguna manera contiene lo que me ha resonado de este taller, en una síntesis muy personal. Para poder desmembrarla con vosotros y vosotras, voy a pasar a un estilo menos literario, aunque no por ello mi voz e historia van a dejar de estar presentes.

Dos fenómenos he venido observando en mi vida en los últimos años.

Uno de ellos es que, desde que la idea de anarquía penetró en mi ser, he mantenido una cierta lucha interna, entre guiar mi vida desde dictados internos, y obedecer a mandatos ajenos.

El otro es, que, tanto en un caso como en otro, he sentido desde hace tiempo una profunda conexión mágica con el cosmos. Cada vez que me planteaba un dilema, como este, una pregunta, y me adentraba en la búsqueda, se daban situaciones, personas, lecturas, que entraban en diálogo conmigo, y poco a poco, me iban ofreciendo nuevos interrogantes.

Pues bien, hace aproximadamente una semana, esa pulsión libertaria comenzó a latir en mí con fuerza, ante la percepción de que mis deberes ahogaban mis quereres, y lo que es peor, de que lo que podían ser quereres, se convertían en deberes.

Una larga lista de tareas se me comenzaba a acumular. El estrés asomaba a mi puerta, y con él, cierta ansiedad, acompañada de bloqueos internos que aumentaban la lista de tareas, entrando en un círculo un tanto vicioso.

Un círculo de arenas movedizas, en el que mi ser comenzaba a ahogarse. Me sentía alienado, como si no estuviera presente. El tiempo volaba. Los días se sucedían uno tras otro, muy rápidamente. Y en toda esta mezcolanza, me sentía perdido, desorientado. ¿Qué hago con todas estas tareas, lecturas y artículos? ¿Cómo integro todas estas informaciones? ¿Qué relevancia pueden tener para mi vida?

El descontento comenzó a desaparecer con Alfredo Hoyuelos, otro ponente que me marcó profundamente, sobre cuyo seminario escribí la semana pasada. Con él, volvió a arder en mí la llama de la vida, el deseo de vivir desde la autenticidad de mi ser, disfrutando y divirtiéndome con el propósito que decidiera para mi vida, llevando la conciencia y la belleza a mis actos, a mi proyecto existencial.

Después, comencé a leer un oportuno libro que “casualmente” hacía tiempo había llegado a mi vida,  y estos días, “no sé muy bien porqué, estaba llamando a mi puerta”. El libro se llama Transurfing, y aunque su lectura no es de lo más agradable (repetición innecesaria de ideas, falta de síntesis en algunos puntos, algunas ideas que chocan), no esté de acuerdo al 100% con determinadas ideas, y me cause ciertos dilemas; he extraído diversas pinceladas con las que pintarme.

Pinceladas que, sintetizándolas, vendrían a decir algo así: La realidad no es única, sino múltiple. Existen infinitas variaciones de las misma. De alguna manera, en potencia, todas ellas acontecen a la vez. Son algo así como universos paralelos.

Nosotras, las personas, ejercemos un papel decisivo a la hora de que se materialicen unas posibilidades y no otras. Y en esta dinámica, nuestros pensamientos, sentimientos y acciones actúan como moduladores.

El problema, es que las más de las veces, estamos a merced de otras estructuras (dinero, medios de comunicación, trabajos, estrés, presiones...), que acaban por manipular y someter nuestra mente y cuerpo, y por tanto nuestra realidad.

Entonces, desconectadas, perdemos nuestra presencia y encarnamos guiones que no han sido escritos por nosotras mismas. La vida se vuelve gris, los sabores no saben, el amor no ama, el placer no satisface y la aventura tiene miedo.

Así pues, consciente de esta situación, me dispuse a darle la vuelta a todo ese sinsentido, y habitar mi mundo.

Mientras, otros sucesos iban añadiéndose a la pócima mágica. Por fin fui al cine a ver una película que mi compañera de vida, Esther, me había recomendado “La vida secreta de Walter Mitty”. En ella, se narra la historia de un hombre que vive una existencia un tanto gris y rutinaria, soñando despierto, como un refugio ante una vida vacía e insustancial. Comienzan a confabularse una serie de circunstancias que anima a Walter a descubrir en su propia piel, tras una serie de aventuras, viajes y hermosas vivencias, el lema de la revista para la que trabaja:


Ver mundo, afrontar peligros, traspasar muros, encontrarse, acercase a los demás y sentir. Ese es el propósito de la vida.



De nuevo, “casualmente”, justo cinco minutos antes del comienzo de la película me acababa de comprar por fin un saco de dormir, y había decidido lanzarme a recorrer aventuras por el mundo. Es más, de camino al cine, venía precisamente hablando con mi pobre madre, de mi deseo de saltar en paracaídas, de viajar lejos... Al salir de la película, me sentía conmovido, emocionado, como en ese momento del relato en el que voy a saltar de la cuerda.

Hoy por hoy, días después, y con más perspectiva, me doy cuenta de que esa sed de aventuras, ese querer saltar y volar, es algo literal, pero también metafórico, pues representan una nueva disposición en mí, para estar presente de una manera genuinamente viva.

Desde entonces, vibro en un nuevo plano, me siento nuevo, abierto, capaz, ilusionado.

Y como en ese momento del relato en el que encuentro mi ausencia, me dispongo a escribir mi propia historia, más allá de voces ajenas, de creencias limitantes destructivas, de programaciones obsoletas y hábitos poco provechosos; para, a través del encuentro con mi propia voz, escribirme a mí mismo y a mi guión.

De esta manera, hoy, gracias a Laura, Nieves, y a todas mis compañeras y compañeros, he descubierto que la escritura es un ejercicio espiritual idóneo para dicho propósito. La escritura, a través del encuentro con la propia voz, desde una disposición de apertura a la vida y al mundo, se convierte en una herramienta para el propio descubrimiento, para la reconstrucción personal, y lo mejor, para la creación de lo nuevo, de lo inexistente.


Gracias a la escritura, hoy me he sentido encontrado y enamorado, a pesar de sentirme perdido. Quiero seguir haciendo este camino, esta estela en el mar; y que mi propósito, aquello que me apasione, esté relacionado con inspirar esta ilusión y este deseo a otras personas. Despertar en ellas, en vosotras, en mí, las ganas de saltar, una y otra vez.


 ¿Hay propósito más hermoso para una producción, sea o no académica, que la búsqueda de aquello que nos conmueva a cambiar, a ser, a sentir; y en definitiva, a saltar y volar?


La escritura


No hablamos de escribir sin más, pero tampoco de un tipo de escritura. Escribir es un acto personal y único; y categorizarlo fríamente sería matar ipso facto la hermosa esencia que nos puede llevar al encuentro y a la libertad de crear/nos.


No obstante, hay ciertas ideas fuerza, con las que podemos tejer un tapiz, que nos oriente. Sirvan estas ideas, pues, tanto para la escritura como ejercicio, en un sentido literal, como en el sentido metafórico y espiritual como encuentro y transformación de nuestro ser y del mundo.

 

Escribir desde la propia voz.


Escribir desde la propia voz supone la búsqueda de uno mismo, de la propia historia y subjetividad, de un estado de consciencia presente. Supone por tanto partir de un encuentro con uno mismo, para desde ahí, escribir, crear, o vivir, según se entienda.


Para ello, al escribir, al igual que al vivir, de lo que se trata es de estar presente en cuerpo y alma, con presencia, en el acto de lo que estoy haciendo. Y al mismo tiempo, hemos de utilizar esta presencia para tomar conciencia de todos los escombros que nos impiden fluir en la escritura de un texto, de nuestra persona, o del mundo. Escombros como el de vivir más predispuestos que dispuesto, más desde la intención que desde el acto.


No se trata por tanto, el buscar la propia voz, de una intencionalidad de buscar la propia voz, sino una disposición abierta hacia ello, que se logra desde el propio acto de escribir, a pesar de los miedos, las incertidumbres, el vació y las tensiones que nos podamos encontrar. Quitar los escombros, en este caso, es pasar de la mente, al alma, de la predisposición, a la disposición, de la inteción, al acto, de la búsqueda, al encuentro. No hemos de esperar a que el miedo se vaya, a que nos venga la inspiración; sino que hemos de escribir incluso desde la desesperación.


De esta manera, iremos adentrándonos en un estado de presencia, que nos enriquecerá muchísimo. La escritura, enfocada de esta manera, se llega a convertir en un acto de liberación, libertad y goce.


Esto vendría a representarse en mi relato en ese momento en que me busco a mí mismo, más allá de voces que no son mías, para poder escribirme.


En la escritura, esto supone no ser meros trasncriptores, es decir, no vomitar sin más palabras y palabras, no copiar y pegar de una manera mecanizada; sino partir de lo que nos resuena, de los hilos que queremos utilizar para tejer nuestra propia historia. Supone pasar de la copia y reproducción, al acto de trazar, tejer, de dar pinceladas.

Hay que hacer un esfuerzo por no querer abarcarlo todo; sino dejarse ir, vaciarse. Y para eso, hay que matar al loro interno, a esa palabra vomitada.

Pero no solo hay que soltar al loro interno para que se vaya. También al policía, es decir, a la autoridad externa interiorizada, la voz del deber, que acaba dictando nuestros actos a través de órdenes que no son propias, de expectativas ajenas que erróneamente hacemos nuestras. Soltando por tanto ese “deber hacer”, y más allá, “ese deber hacer bien, perfecto”; es como nos encontramos con el potencial de nuestra capacidad personal.

Escribir es un arte, al igual que nuestra propia vida. Por tanto, requiere mimo, cuidado, detalle, elaboración. A diferencia de otras maneras de expresión, al escribir perdemos el cuerpo y la escritura del lenguaje hablado. Ya no hay entonación sonora, gestos no verbales que acompañen. Por tanto, hemos de buscar otro cuerpo para la escritura, que se da a través de la conjunción adecuada de la forma y el fondo, de lo que se dice y del cómo.

La belleza, la sencillez, la musicalidad, la capacidad de evocación, provocación y sugerencia se convierten entonces en pilares, principios y retos del arte de la escritura. 

Texto, etimológicamente, viene de tejido, y en ese tejer, hay que dar tiempo, seleccionar las palabras con acierto, hilándolas. Para lograrlo, podemos recurrir a diversas estrategias, entre ellas, la de ser capaces de ir y venir, escribir, leer, reescribir y releer, siendo capaces de elaborar un tapiz propio, bien tejido, capaz de hacer volar, de evocar y suscitar universos en los vacíos que existen entre el lector y la palabra.

Podemos también leer en voz alta lo que hemos escrito, ver la musicalidad, la cadencia de los sonidos, su armonía. Así, estaremos generando un proceso de desalienación, en el que de manera consciente iremos siendo capaces de volcarnos, reflexionar sobre lo volcado, deconstruyendo y volviendo a construir.

A través de esta manera de escribir, libre y consciente, bella y sosegada, iremos creando/nos, desde algo que antes no existía. Es por tanto un acto de libertad, de emancipación, de desalienación el de pasar de reproducir, de repetir de manera incosnciente, insabora e ingrata, a la creación de algo propio, único y bello; como puede ser nuestro destino.

Supone por tanto, pasar de esa llamada del deber a la del placer, sustituida por algo mucho más enriquecedor y constructivo, que es la firme determinación, y el compromiso con lo que hacemos, buscando que en nuestra vida esté mucho más presente nuestra voz (partiendo del hermoso hecho de que nuestra voz siempre será una elaboración fruto de la confabulación de muchas voces, que a su vez han sido forjadas por otras muchas voces).



Por ser producto de tu historia y de tu experiencia, tu mirada es única. Esa exclusividad y esa autenticidad es la que te guía durante la escritura, es la que da tono a tu propia voz.” (Michele Petit).

 

Mirar al mundo con ojos nuevos


No obstante, a pesar de que nuestra historia y experiencia hacen que nuestra mirada sea única, otro reto que nos proponemos es el de cuidar nuestra manera de estar en el mundo, y de mirar. Se trata de aprender a mirar de una manera limpia de prejuicios, etiquetas y juicios previos; para acercarnos a descubrir los matices de las cosas, todo lo que estas tienen que ofrecernos, que desconocemos; haciendo así que poco a poco, nuestra alma se expanda.


Escribir, nos ayuda de esta manera a canalizar nuestros pensamientos, sentimientos y emociones, a través de una expresión que nos haga crecer.

Claro que para ello, hemos de dejarnos influir y afectar por las experiencias; pues como decía Nuria, ¿cómo va acompañar mi mano al bolígrafo en el trazo de sus palabras si no las siente?

Sentir, adentrarse en la experiencia, desde esa mirada, es crucial para el encuentro con uno mismo, y con la propia voz.  Se trata de una actitud que nos acerca a querer tocar lo vivo, como cuando un niño repara por primera vez en su propia sombra.

Estar abierto a lo vivo es querer llenarme de ello, es ir a descubrir, a conocer, a encontrarse con el otro, con lo otro, sin odio, sino desde el amor a la propia voz.

Me despido con una cita de la película de Léolo, que nos enseña, que a través de la escritura, podemos encontrar un refugio para nosotros mismos, incluso en las situaciones más difíciles; y que a través de la escritura, podemos llegar a ser más autores/protagonistas de nuestra propia vida, dueñas de nuestros  actos.



Lo único que le pido a un libro es que inspire energía y valor. Que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar, que me recuerde la urgencia de actuar”.