Hoy me siento Peter Pan en Portafolios - Portafolio docente de Campus Virtual UMA

Hoy me siento Peter Pan



Esta tarde he tenido la enorme suerte de encontrarme con un viejo amigo, al que hacía mucho tiempo que no veía. Me he sentido muy contento. Venía con su hijo, de cinco años, al que he visto ir creciendo poco a poco. La tarde de hoy ha sido preciosa, pues los tres hemos estado jugando toda la tarde. De pronto, mi casa se ha convertido en un lugar mágico, llenos de conjuros, rincones escondidos por explorar, secretos magos y brujas. He logrado reconectar con mi niño interior como hacía tiempo que no lo conseguía, a medida que iba acompañando a este niño, me iba maravillando con sus respuestas, preguntas, apreciaciones, reacciones y emociones. Realmente, son maestros, y tienen mucho que enseñarnos.

Cuando veo a un niño, veo un ser que vive la vida en conexión con la vida misma, en alma y cuerpo. La inocencia, la capacidad de imaginar casi sin límites, la manera en cómo se abren al juego, su empatía, las preguntas tan lúcidas y profundas que se plantean, su afán por descubrir e investigar, cómo se maravillan ante los descubrimientos que van haciendo.

Yo que a veces me he podido llegar a quemar un poco con la humanidad, cuando pienso en niños, cuando les veo reir, jugar, llorar, inmediatamente me siento lleno de amor, ilusión y esperanza, porque en sus ojos veo lo que en mi mirada no encuentro.

Sin embargo, no sé muy bien qué ocurre, que después de esa etapa, siento un vacío, un cambio cualitativo. Pasamos de esa manera de ser, de sentir la vida, de estar en conexión con uno mismo y con sus propias necesidades y deseos, de esa espontaneidad; a otras cosas. De repente, nos sentimos muy avergonzados ante comportamientos “alocados” (cuando en un niño es de lo más normal expresarse sin tapujos, tabúes ni limitaciones, con total naturalidad); pasamos a vivir en el juicio, la etiqueta y el estereotipo; nos preocupan tanto tantas cosas, y nos cuesta tanto ser felices... Atormentados por las prisas, las obligaciones, las presiones.... Nos perdemos. Acabamos por convertirnos en seres grises.

Y entonces nos pasa que nos pasa la vida, y ni nos damos cuenta. Vamos por ahí como autómatas, actuando en base a hábitos programados de manera automática, por un contexto social, escolar y cultural que de alguna manera ha dado como resultado ese ser humano un tanto alienado de sí mismo. A través de tantas órdenes externas que hemos recibido, matamos a nuestro niño interior, y acabamos por actuar en base a inercias y mandatos que no provienen de nosotros.

Nos pasa entonces, que el deber se convierte en lo que va marcando nuestro día a día. Un deber que de alguna manera se siente como impuesto, bien sea porque nos lo impone el contexto (laboral, académico, social...), bien porque uno mismo se impone las cosas. Esa sensación de deber suele ir acompañada a fechas de entrega y finalización, a un afán de productividad, de hacer más y más... El resultado es que vamos corriendo, con la lengua fuera, pero sin saber hacia donde nos dirigimos.

Muchos días actuamos sin preguntarnos realmente acerca del sentido de lo que hacemos, del sentido propio de la vida que cada uno encuentra... No lo sabemos, porque nos hemos perdido, y ni siquiera somos conscientes.

Nos sentimos insatisfechos con la vida que tenemos. El mundo, que cuando pequeños nos resultaba fascinante, lleno de color, va llenándose de gris. O peor aún, llegamos a insensibilizarnos de tal modo, que ni sentimos ni padecemos. Nos volvemos máquinas que repetimos diariamente unas mismas rutinas, sin atender a nuestros sentimientos más profundos, a nuestras necesidades auténticas y esenciales. Y hasta tal punto nos perdemos en el camino, que a veces nos suicidamos, tanto de manera literal como figurada. Vendemos nuestra alma a la inercia, a la apatía, al miedo, a la desidia.
Sin embargo, si en algo os habéis sentido identificadas e identificados con esto que he dicho,  yo desde aquí quiero hacer un llamamiento a que despertemos, y desde ahí nos vayamos adentrando en la búsqueda del sentido de lo que hacemos, de lo que somos y hacia donde vamos. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Cuánto hace que no me acuesto sintiéndome lleno de ilusión, de vida, de amor? ¿Siento que estoy desarrollando mi pasión?

Nos animo a que hagamos esa búsqueda con una lente emocional favorable, que nos permita querer emprender la aventura de la vida con optimismo, apertura y alegría; pues desde ahí, podremos ir encontrando aquello que nos puede hacer vibrar. Nos animo, en definitiva, a que tomemos con tiento la vela de este barco que es la vida, y nos adentremos a explorar, a descubrir, a reír y a sentir; y desde ahí, vayamos reconectando con nuestro niño interior, con nuestra humanidad dormida. Hagamos, en definitiva, de este mundo y de nuestro ser, un lugar habitable, en el que vivir desde un estado consciente y sereno.

Quizás, así, todos y todas seamos un poquito tan felices, y no nos veamos impelidos a fastidiar la vida ajena y la propia, sino a agradecerla y valorarla. Quizás así, nos enamoremos de la vida y comencemos a darle mucha más importancia a lo que tenemos, somos y hacemos que a aquello de lo que carecemos.