Al calor del corazón. Semanas del 1 de abril al 13 en El rincón del zoo: Diario de reflexiones - Portafolio docente de Campus Virtual UMA

Al calor del corazón. Semanas del 1 de abril al 13

Algunas veces, cuando me pongo a reflexionar en el diario no sé qué animal poner. Ya vamos llegando al final del Máster y claro, no está todo tan transparente como antes lo estaba; ya cuesta buscar un animal para el diario.

Aún así uno se busca nuevas ideas y formas de dar forma a las reflexiones personales de lo que vamos viviendo en clase. Soy perfectamente consciente de que a veces hay que salirse de la rutina, de los animales, y buscar algo nuevo, algo distinto pero que siga simbolizando la esencia del diario. Renovarse o morir.

Por eso escogí el corazón, protagonista de muchas películas románticas y guardián de los sentimientos de las personas. Ese órgano que nos da la vida pero que también nos la quita. Ese órgano que oculta y protege nuestros sentimientos para que no sean heridos por el egoísmo y la malicia humana.

Efectivamente, el órgano de la semana es el corazón. ¿Y por qué el corazón? Pues por lo que ya he comentado: protege nuestros sentimientos y nos hace actuar con ellos también. Y es que a lo largo de estas dos semanas me he de cado cuenta de que la vocación es un sentimiento y que la profesionalidad es para mí algo que tiene cierta relación con los sentimientos y la moral del ser humano.

Empezando con las dos clases de Nieves, me gustaría destacar que hemos trabajado la relación del docente con el alumnado y también con el currículo; aunque para mí más bien es con la enseñanza. A raíz de la lectura de textos de Pepe Contreras, Hannah Harendt y María Zambrano, entre otros, hemos ido descubriendo que esto de ser docente tiene mucho que ver con los sentimientos. No podemos desligar las emociones de la educación, incluso nosotros, que somos docentes. Es inevitable pues la educación es una relación interpersonal con el alumnado y el saber.

Como bien leímos en el artículo de Pepe Contreras, la educación no es una relación unilateral, es un estar ahí con el alumnado, un vínculo, pero siempre dejando claro el rol de cada uno. Es ser humano, pero también maestro. Es ser humano, pero también alumno. A esto me quiero referir. La educación no es un proceso tecnocrático pues no somos administrativos –sin menospreciar la labor de estos-; trabajamos con personas y no con papeles, números, productos o fórmulas matemáticas. Y el trabajo con personas conlleva relación, y esto siempre hay que tenerla en cuenta pues va a condicionar el proceso de enseñanza-aprendizaje.

No me quiero centrar en la inteligencia emocional, pues estoy reflexionando sobre las relaciones del alumnado con el docente. A mi modo de ver las relaciones están ahí, ¿cómo la tomamos? Depende de la persona, de su formación y también de su moral y profesionalidad. Es entonces cuando toco algo que comenté anteriormente: las emociones y la profesionalidad. ¿Ser emotivo es ser profesional? No, pero sí, desde mi punto de vista, hay que tener en cuenta las relaciones con el alumnado para ser profesional. Quiero decir que el docente debe establecer una relación que le permita obtener mejor la información sobre el alumnado y sus progresos, también que le permita detectar dificultades de aprendizaje o elementos que condicionen a este, es decir, puede haber factores extrínsecos a la escuela que condicione el alumnado.

Aquí entra la profesionalidad, la cual la centro mucho en el factor humano del docente, es decir, ser docente es tener valores y sentimientos. Seres inertes que imparten sus clases y se marchan no son aceptados en las escuelas –o al menos no deberían ser aceptados-.

Y ojo, no es ser el amigo del alumnado, puesto que eso es perder tu posición y no es una ventaja, todo lo contrario, es una desventaja. El docente, como bien dijimos en clase, ha de cambiar la perspectiva para poder trabajar las relaciones del alumnado, así profundizar. A mi modo de ver, es plantearse qué puñetas está pasando y por qué: salirse de la escena vivenciada y descubrir la realidad: la niña o el niño tiene problemas familiares, por ejemplo. En ese momento hay que entrar como persona, hablar con la joven o el joven, apoyarle, dejar un lado el currículo y centrarse en los sentimientos y en los problemas personales. El docente no es un mero transmisor de conocimientos. La sociedad ha cambiado y la escuela también.

¿Y qué hay de la relación del docente con la profesión? Bien es cierto que estamos iniciando la relación del docente con el saber. Con Hannah Arendt y Zambrano hemos estado trabajando esto y la verdad, me quedo con esta última.

En primer lugar me gustaría empezar con los tres tipos de relaciones que Hannah Arendt propone:

 

-       La relación de labor.

-       La relación de trabajo cuya finalidad es producir para satisfacer necesidades.

-       La relación de acción cuya finalidad es relacionarse con otros seres humanos satisfaciendo el deseo de libertad de relación con otros seres humanos.

Entonces, ¿cuál es la relación del docente con la profesión? Pues hay dos tipos de vertientes:

-       La primera relacionada con la relación de trabajo, cuya finalidad es producir alumnos/as modélicos y que den muy buen rendimiento en el sistema. La docencia se ve como un mero trámite laboral para docente.

-       La segunda relacionada con la relación de acción, cuya finalidad es producir relaciones y el desarrollo integral de la persona. La docencia se ve como un elemento esencial de la vida del docente; a mi modo de ver da sentido y significado.

El primero se basa en producir objetos, en producir homogeneidad en las escuelas. El alumnado se concibe como materias primas que hay que moldear para que todas sean iguales. La relación se basa en la tecnocracia.

El segundo se basa en concebir, como bien dice la autora, en que cada ser que ha nacido es único y singular, no puede reemplazarse. Entonces, hay que procurar que en base a sus virtudes y la relación con este nuevo ser se produzca el desarrollo integral del mismo, que pueda construir su propio proyecto de vida.

En el docente está qué tipo de relación desea, qué quiere conseguir con el alumnado y cómo quiere enfocar su profesión. Según mi punto de vista, la docencia se guía más por la vocación que por el mero hecho de ser una profesión en sí. Entonces, esta vocación está relacionada con la pasión de las relaciones interpersonales que se producen con lo que se enseña y con los aprendices, es un sentimiento, algo que nos liga y algo a lo que tenemos que rendir cuentas.

 

Rendir cuentas a la llamada. María Zambrano nos supo conmover. La autora expresó que la mayor libertad que ella tuvo fue la obediencia. Todos perplejos en clase nos mirábamos los rostros y nadie entendía aquello. Menuda contradicción e incluso paradoja, decíamos muchos. Pero Nieves se encargó de decirnos que nos replanteáramos el enfoque de la frase expresada por la filósofa malagueña.

Sí, ser docente es obedecer a una llamada: la llamada de la vocación. Precioso pero cierto. Desde mi punto de vista la docencia se siente y se obedece a esa llamada. Me tira, me conmueve, la necesito obedecer. Me sentí plenamente identificado con lo que Zambrano expresó, e incluso llegué a emocionarme.

Tengo apuntado por aquí una frase muy buena que dice que no se trabaja de maestro, somos maestros. Ahí está la diferencia que he venido expresando durante todo este tiempo. Docente SE ES, no se trabaja COMO. Es distinto, es un aspecto muy diferente al de otras profesiones y esto es algo que no podemos obviar porque la vocación está presente en el ejercicio de la docencia.

 

Por otra parte, todo esto que dimos en Nieves lo puedo enlazar con el siguiente punto: la visita de Sánchez Enciso.

Hace ya varios viernes nos visitó un docente de Lenguaje de Secundaria, el cual estaba ya retirado. Nos quiso hablar sobre su visión de la educación y su propia experiencia como docente. Una vida para aprender. Así se titulaba su seminario.

Sánchez Enciso comenzó la charla con una serie de prácticas sobre hipotéticas prácticas educativas donde veíamos cómo se enfrenta un docente a la realidad de sus aulas y al currículo.

El primer texto versaba sobre un grupo de profesoras de Secundaria que estaban desquiciadas. Una explotó y llegó a la sala de profesores llorando, comentando que el alumnado pasaba de ella literalmente. Todas fueron a consolarla. Un rato después entró otra profesora, ilusionada, comentando que el proyecto que estaba llevando con esa misma clase estaba dando sus frutos. El resto de compañeras la miraron mal y la ilusionada profesora se marchó de la sala de profesores, cabizbaja y llorando.

El segundo texto versaba sobre una profesora que pretendía dar una materia pero que, al no interesarle nada al alumnado –conflictivo, por cierto-, tuvo que cambiar la estrategia y configurar un currículo más acorde al alumnado. De esta manera, y poco a poco, consiguió que el alumnado aprendiera los contenidos del currículo de una manera más especial y adaptada a sus necesidades.

Como vemos, ambas situaciones son formas de enfrentarse a la realidad educativa de un aula. Unos se invaden por el pesimismo. Este pesimismo puede verse abocado a la depresión y es provocado, a mi modo de ver, por la carencia formativa del docente y por la creencia de que se tiene que impartir su materia única y exclusivamente desde una forma. Esto provoca la frustración, la depresión y el quemarse en la docencia.

La segunda situación demuestra que un docente puede variar sus metodología y el currículo adaptándolo a las reales necesidades educativas del alumnado. Esto demuestra al docente que tiene formación y que sabe perfectamente que la enseñanza tradicional no iba a ir a buen puerto. ¿Qué sucede? Posiblemente esta profesora no se queme, ni tampoco llegue a deprimirse por el duro trabajo que está realizando, al revés, incluso le puede parecer más satisfactorio.

Dos vertientes, dos polos opuestos, dos formas de concebir la educación. Por un lado la tradicional o como diría Hannah Arendt: la de producir objetos. Por otro lado una donde se entiende a la clase única, que necesita recursos y atención especial, donde cada ser es único y exclusivo.

¿Hay que revisar nuestra cultura y práctica profesional? ¿Existe apertura hacia el cambio? ¿Los docentes ven que lo que importa es solo el currículo y no se percatan de lo que se dejan atrás? Son preguntas que me han surgido con estas dos situaciones planteadas en los textos.

Hay miedos que uno tiene que afrontar. Trabajar por proyectos, ofrecer algo nuevo al alumnado sin saber cuáles serán sus reacciones, llevar a cabo un proceso distinto de evaluación, darle un enfoque competencial al currículo, etc. Son miedos, inseguridades, sensación de estar perdidos, pero tampoco hay que ver el cambio como algo preocupante o aterrador. Quizás el cambio que haga el docente en su metodología pueda llevarse a cabo progresivamente. De la noche a la mañana no se puede cambiar radicalmente, eso está claro.

Habrá momentos duros, altibajos, momentos de máxima felicidad y otros de máxima tristeza. A veces las sensaciones serán maravillosas y otras veces uno le darán ganas a de tirarlo todo por la borda. El reto de enseñar es así. Hacer cosas distintas, es decir, innovar es arriesgar y mejorar lo que uno hace.

La clave está en que la soledad no es buena compañía para un maestro, a pesar de que es la que siempre acompaña al que hace algo distinto. Enciso señalaba que lo más duro de su carrera había sido el vacio que sus compañeras y compañeros le habían hecho durante su carrera profesional. El menosprecio, el ser tachado de loco, el mal visto… son siempre los rasgos comunes de un docente que tiene esa actitud de apertura. Asimismo quiero destacar que prefiero ser ignorado y darme cuenta de que el alumnado es feliz antes de ser aceptado por el equipo docente y darme cuenta de que el alumnado es totalmente infeliz.

Pero ante esta soledad, el docente innovador debe elaborar también una serie de estrategias que le permitan luchar contra esa marginación que sufre. Decir en los claustros lo políticamente correcto, intervenir lo menos posible o pasar de las críticas son buenas estrategias.

Bajo mi punto de vista lo que realmente va a medir la calidad de la enseñanza es la gratitud del alumnado. No quiero decir que el docente se tenga que empeñar en conseguir la simpatía de todo el alumnado, para nada, pero dice mucho que un docente sea recordado de manera positiva por el alumnado. Que te paren por la calle, te saluden, se alegren de verte o te hablen de sus vidas son síntomas que pienso que un docente lo hizo bien con esa alumna/o.

Porque para esta profesión no solo hace falta saber aplicar bien el currículo, también requiere de habilidades sociales y mucha empatía –bastante-. Como bien nos dijo Enciso, esta profesión no tiene futuro si no se pone el alma –el corazón-.

 

Y ya pasando al seminario de Saville, con su positivismo acerca de la crisis. Este prestigioso investigador nos invitó a darle un enfoque distinto a la educación del 2016.

Durante estos dos días Saville nos habló principalmente de dos cosas: del cambio de la educación y del cambio en la investigación en educación. Voy a partir de estos dos tópicos para llevar a cabo mis reflexiones.

El cambio educativo en las escuelas lleva siendo un tema bastante antiguo. Por muy nuevo que parezca esto de cambiar la escuela lleva cociéndose desde hace muchos años. Autores como Freire, Montessori, Decroly, Freinet… todos estos autores ya diseñaban metodologías rompedoras, centradas en el alumnado y el papel activo de estos.

Actualmente hay algo muy positivo a tener en cuenta y es que la comunicación entre las personas ha aumentado gracias al uso de Internet, pero también las nuevas tecnologías han posibilitado que el acceso a la información sea mucho más instantáneo y eficaz. Esto abre numerosas puertas hacia el cambio de la educación donde la escuela se ve como un estamento anticuado, alejado de la realidad que vive el alumnado y la sociedad.

Ciertamente, a mi modo de ver, la escuela se está viendo empujada hacia un cambio. Los métodos de hace décadas ya no valen en una escuela del siglo XXI. Hemos cambiado radicalmente y el alumnado lo sabe perfectamente. La escuela tiene que cambiar y la innovación ha de ser un pilar básico que produzca este cambio.

El concepto de currículo, de clase, de trabajo, de esfuerzo, de compromiso e incluso de la profesión de docente ha de cambiar. De hecho no es que haya de cambiar es que cambió hace muchos años con autores como Freinet, pero ahora se está imponiendo. Lo siento por aquellas/os que priman el status quo sobre el cambio pero no las tienen las de ganar.

El resurgimiento es la respuesta hacia la austeridad y hacia las políticas neoliberales que están invadiendo la sociedad. Hay que volver a dejar bien claro que la sociedad, el bienestar del pueblo, es más importante que los beneficios. Bajo mi punto de vista las manifestaciones han quedado obsoletas, las nuevas formas de combatir las injusticias sociales es a través de pequeños focos de lucha; la micropolítica cobra más sentido que nunca. Y esto hay que contagiarse, que cada grupo monte la guerra frente a la represión. Nosotros, el colectivo de docentes, también debemos unirnos (maestros, profesores y profesores universitarios), dejando a un lado los intereses más personales y luchar por un interés común: la educación para todas y para todos.

No podemos pedirle que los políticos solucionen esto, ni tampoco al alumnado; ni con las manifestaciones se podría conseguir algo. El cambio se produce a través de la resistencia, de la rebeldía en el aula; no queda más remedio.

Este cambio también afectará al ámbito metodológico. No se puede seguir con la desfachatez de tomar al sistema educativo y a las múltiples y variables realidades educativas como una industria, como una ciencia exacta. No, las escuelas son muy distintas entre sí, entonces no podemos generalizar. No podemos basar la eficiencia en cuanto a resultados porque estos tienen detrás una historia (desigualdad social, apoyo educativos, etc.), hay que ir más allá, promover una educación que se base en la calidad de los contextos de aprendizajes y en la lucha por la equidad e igualdad de oportunidades.

Y esto de los contextos de aprendizajes de calidad difiere mucho a la enseñanza tradicional donde el docente era el poseedor del conocimiento. Difiere porque en estos contextos el alumnado accede al conocimiento, las familias y la sociedad juegan un papel importante y la interrelación del docente con el alumnado y la sociedad es fundamental para llevar a cabo un nuevo aprendizaje de calidad y acorde a la situación que vivimos en pleno siglo XXI.

Pero, ¿qué pasa entonces con la investigación en educación? Pues que se tiene que adaptar a este modelo, donde hay tantísimas conexiones y todo está interconectado.

A la hora de llevar a cabo una tesis en educación, debe haber tres ámbitos que se toquen: acción educativa (la práctica), organización educativa y la política educativa. Tres ámbitos que son fundamentales para tratar de comprender mejor una realidad educativa y, en base a la transferibilidad, generalizar lo investigado. El mejor proceso de investigación que se amolda a todo ello es el estudio de casos, donde el investigador está dentro de la realidad, es un sujeto participante y convive en el aula comprendiéndola profundamente.

Sin embargo la investigación educativa en el siglo XXI necesita de nuevas visiones, de una cooperación otras disciplinas porque la vida es global, las disciplinas se entremezclan en nuestro día a día. No se puede estudiar un objeto aislado porque hay numerosos factores que lo condicionan. Asimismo no se puede contar solamente con la visión del investigador, es necesario más visiones que complementen y se profundice aún más en lo investigado.

¿A qué me lleva esto? A las tesis multidisciplinares, cooperativas, en equipo y donde cada uno aporta conocimiento de su especialidad. Bajo mi punto de vista, la educación se ciñe en el colectivo, el éxito de un proyecto educativo depende de la comunidad, ¿por qué aislar este aspecto de la investigación en educación? A través de la investigación cooperativa, los investigadores podrán abarcar mayor campo de estudio, profundizar e intercambiar ideas para que lo investigado y los resultados sean mucho más fructíferos.

 

Pasando a Evaluación Educativa, en estas dos semanas debo reflexionar sobre la visión panorámica y los métodos.

La evaluación en sí tiene una visión, un enfoque, un prima que guía el proceso. Por eso, Santos Guerra nos propuso que dicha visión está compuesta por:

-       La necesidad de la evaluación en sí.

-       La finalidad.

-       El contexto de la evaluación.

-       La naturaleza de la evaluación.

-       La iniciativa.

-       Las negociaciones de la evaluación.

-       Los métodos que se utilizan en la evaluación.

Visto así, pienso que estos son los ejes claves para el proceso de la evaluación. Añado que estos aspectos son el corazón de este proceso. Son las venas, las arterias, los capilares, el ritmo, la presión, la circulación… es el funcionamiento. La evaluación late vivamente, se siente, se percibe, se vive; esto no se puede dejar a un lado, tiene que tener una estructura coherente, lógica y consecuente que lleve a cabo su correcto –y ético- desarrollo.

Evaluar es tener en cuenta muchos aspectos, puesto que son estos lo que condicionan y rigen el proceso. Evaluar no puede ser un acto descontextualizado, ni tampoco verlo como una calificación inútil. Además no puede tener una finalidad oscura, de malas intenciones; tampoco puede ser antidemocrática, necesita consenso.

Ya he dicho que evaluar conlleva una gran responsabilidad. En nuestras manos está el sino de muchas personas, de muchas niñas y de muchos niños. No puede ser un acto a la ligera. Evaluar se hace con y desde el corazón.

Finalizando la reflexión de estas dos semanas, voy a cerrar con el tema de los métodos de investigación asociados a la evaluación. Creo que reflexionar sobre esto es volver a hablar sobre aspectos que ya se tocaron en el pasado cuatrimestre. Sin embargo considero oportuno comentar y reflexionar sobre algunas anécdotas que Santos Guerra nos ha brindado en estas sesiones.

Uno de las frases que más me marcaron el día 8 de abril fue la siguiente:

 

Error de pensar que todas y todos las niñas y niños fuesen como nosotros.

 

Se asiente, se admite, se acepta e incluso uno se quita el sombrero a esta gran frase. Qué gran verdad, replicaba cuando escuché esta frase. Solemos esperar mucho del alumnado, a creer que tienen nuestro nivel de conocimientos y que tendrán éxito. Solemos creer que son máquinas perfectas e incluso les hundimos con nuestro ego, sometiéndole a clases donde solo el docente se entera de las explicaciones.

No puede ser así, no hay que caer en este error gravísimo. ¿Por qué se produce? No sé, personalmente puedo decir que quizás crea que las niñas y los niños pueden llegar a ser como yo. Sin embargo, yo no soy el mejor, ni tampoco el camino profesional que escogí ha de ser el mejor para todas y todos. En absoluto, ellas/os deben construir su camino y yo ofrecerles las herramientas para que lo construyan de la mejor manera posible.

Como decía Santos Guerra, se trata de escuchar y trabajar por y para ellas y ellos. Se trata de estar ahí presente como profesional y como persona, sacando nuestro lado más humano que está en el fondo de nuestros corazones.

 

Y así cierro la reflexión, hablando nuevamente el órgano de la semana: el corazón. Personalmente la docencia es corazón… aunque también cabeza. Debe existir un equilibrio. Es conveniente que ambos órganos estén presentes para que el proceso de enseñanza y aprendizaje sea el mejor posible y nos permita desarrollar integralmente al alumnado.

 

No lo olvides, actúa con corazón en educación.