Décimo día: ¡Hasta otra!

Y ahí estaba yo, entrando como cualquier otro día, pero con un sentimiento distinto: el de melancolía y tristeza por poner punto y final a esta experiencia. Dejé la bici en el pequeño almacén situado al lado de la puerta y me fui al patio.

Allí estaba el alumnado, jugando como siempre a los trompos, al fútbol, al baloncesto, persecuciones, etc. “El último día que veas esto”, me dije a mí mismo. Pues sí, el último día que vea que los niños/as de la Cruz Verde son como otros cualquiera, que no son demonios y que tienen sus problemas.

El alumnado, al percatarse de mi presencia, rápidamente se agolparon a mi alrededor y empezaron a atosigarme con sus preguntas. “Hoy te vas, ¿no?”, “Te vamos a secuestrar”, me dijo uno mientras me agarraba de la manga de la chamarreta. “Profe, te tenemos preparado ya el pollo asado, el caviar, bocatas de jamones y todo eso, pero tú te quedas”, comentó una alumna en referencia a la broma que les comenté ayer de que me dejaba secuestrar si me daban comida de la buena.

Pues sí, última vez que entro en el aula de sexto y último día en el que doy mi apoyo al docente tutor de esa clase. Actividades de mates, de lengua, comentarios… todo era igual, y yo seguía intentando ayudar en todo lo que podía, como si la despedida no estuviera cerca y la melancolía y tristeza no me invadieran.

Luego tocó la última sesión de Educación Física con sexto. “Profes, vais uno de rojo y otro de azul, ¿jugáis, no?”, comentó un alumno. Casualidades del destino, el maestro de Educación Física iba con una camiseta azul y yo roja, colores de los petos de los equipos. El docente me miró y me preguntó si jugábamos. Qué decir, acepté con mucho gusto. Aquello era la crónica de una despedida anunciada, tierna pero bonita.

Acabó la sesión y tras intercambios de ideas e impresiones sobre ésta, el recreo comenzó. “Nos vemos luego”, le dije al maestro de Educación Física sabiendo que ese luego significaba una triste despedida.

Último recreo. Última observación. Un cúmulo de sensaciones, reflexiones y pensamientos afloraban sobre mi cabeza; “esto se acaba, vete con los niños/as a jugar y aprovecha”, me dije a mí mismo.

Sin saber cómo, algunos niños me regalaban sus dibujos. “Profe, por haberme dado papel antes, esto es para ti”, me dijo un alumno que parecía ser de Infantil o primero de Primaria.

Otros me atosigaban comentándome por qué me iba, que no me fuese o me secuestrarían. Nuevamente los tirones se repetían. Desde luego que me iban a dejar las mangas de la chamarreta bien grandes.

Se acabó el recreo y continuamos con la tarea. Tocaba corregir textos y así hice.  Algunos no lo habían terminado, otros sí, algunos lo hicieron mejor y con otros tuve que estar más tiempo corrigiendo.

El tiempo volaba y la despedida estaba ya cerca. En algunos alumnos/as de sexto se reflejaba unos rostros de preocupación por que diesen las dos. Sabían que me marcharía y que quizás no volvería.

Las 13:50. “Voy un momento abajo a despedirme de este”, le dije al tutor de la clase. Bajé al patio nuevamente. Allí estaba el maestro de Educación Física con los de tercero. Sonó el timbre y me acerqué a él. “Gracias, gracias por todo”, le dije. Hablamos un rato sobre mi experiencia y me fui dándole nuevamente  dándole las gracias.

Me acerqué a dirección para despedirme de la directora, pero ésta no estaba, había salido y no sé cuándo volvería. Le pregunté a la secretaría por su correo, puesto que quería enviarle este diario y ella accedió a dármelo. Tras esto le mandé un recado a la secretaria: “Dale las gracias por todo”.

Subí a clase de sexto. Todo el alumnado estaba recogiendo sus cosas. Algunos ya se habían ido, otros estaban allí esperándome. Entre bromas y comentarios aparecieron algunos de quinto para despedirse también. “Suerte, mucha suerte y muchísimas gracias por todo. No sabéis cuánto os agradezco lo que he vivido con vosotros/as. He aprendido bastante durante estas tres semanas”, les comenté.

Tras deshacerme de los tirones de manga, de los abrazos y de los lamentos, me dirigí al tutor y le agradecí el haberme abierto su puerta del aula. “He aprendido bastante, gracias”, le dije.

Me marché cabizbajo, sabiendo que aquello no lo volveré a vivir en otro centro, que posiblemente nunca conoceré docentes así en mi vida. Se acabó y mi salida del centro era el punto y final a esta experiencia. Me marché acompañado de un alumno de sexto con el que fui hablando sobre la experiencia y sobre él. Al llegar a la salida nos dimos un fuerte abrazo y me marché dándole las gracias a él también.

Cogí mi bicicleta, me coloqué bien la cartera y salí de allí.

Inicié el diario hablando de la bicicleta y finalizo el mismo haciendo referencia a ésta. Ella me ha acompañado siempre en todas mis aventuras y desventuras por Málaga: prácticas en centros, visitas a centros, Universidad, Escuela de Idiomas, excursiones, etc.

La mountain bike roja echó nuevamente a rodar, dando por cerrado otra experiencia más y abriéndose paso hacia nuevas. Sin embargo los kilómetros y kilómetros que la bicicleta lleva encima significa la gran cantidad de experiencias que he ido viviendo. ¿Qué me deparará el mañana? Quién sabe, pero espero que ella me acompañe allá por donde vaya.

 

Desde aquí solo puedo dar las gracias a Ángel, tutor de sexto, Maribel, directora, Juanma, maestro de Educación Física, y a todos los docentes del CEIP Nuestra Señora de Gracia por haberme tratado tan sumamente bien.  GRACIAS.